La culpa es de Houellebecq
Estuve pensando en Houellebecq, en el sexo y en el taller.
Ayer en terapia lo hablaba. ¿Necesito ir a un lugar que me digan “pero qué bien que escribís”? Ser escritor es elegir el camino de lo incierto. Es no tener idea si estás en la mitad de la cancha o al lado del arco. Especialmente en esta etapa. Hay que confiar. Hoy, un pedazo del texto de Feli me hizo pensar en eso. En que me tengo que dejar de juzgar, creer un poco, animarme más.
Después del descontrol sexual que fue “Las partículas elementales” acá (Serotonina) está la otra cara, un personaje que no puede coger, que no se le para, medicado. Personajes distintos en máscaras pero con los mismos agujeros vacíos por dentro.
Estás arriba mio. Te siento pero lo que siento va más allá de tu pene erecto en mi vagina mojada. Lo siento tanto que me da piel de gallinas. Una sensación de terremoto que sube y se me instala en el pecho. Vos no hablás, Marina. No decís nada.
Es verdad. Hablo siempre, incluso cuando no se qué decir.
Es increíble los lazos fuertes que se arman sentados los viernes alrededor de palabras. Cuando llegué al taller de Santi no estaba en un buen momento, estaba angustiada, quería jugarme por escribir, me sentía muy mal con mi marido de ese momento. Necesitaba un páramo, un remanso, un lugar donde sentir que tenía espacio. Y lo encontré. Se que me intimidé al principio y me parecía que todos escribían super bien y que sabían mucho mucho (en especial Pato y Water que se hacían chistes de cosas de historia que ni idea). Pero nunca me sentí rechazada ni mal, se amalgamaron las energías. Cada uno tenía una voz, un color que aportar. Y así fluyó el primer año donde dejé mis historias futuristas y empecé a animarme a hablar de mi.
El segundo año me agarró triste, pensando que no había camino de vuelta. En el medio vino el divorcio y el taller no fue remanso sino como ese palo que te agarrás cuando viene la inundación. Esa estructura que te queda parada cuando pasa el tsunami. Y el alivio de poder escribir de cualquier cosa. Frases sueltas, listas. Sentirme que aunque estaba escrito en lágrimas y atrás de un boleto viejo de colectivo igual servía. El abrazo energético de esa librería.
Hablar no me cuesta pero cuando cojo no hablo, no me sale. La culpa la tiene Houellebecq.
En su primer libro, en mi primer libro de él, el personaje busca llenar su vacío existencial con sexo. Nunca lo logra. No hay conexión. Solo mas desolación. Y además la sensación de que el sexo es para los lindos, los jóvenes y con buen cuerpo.
Mi primer recuerdo del sexo es que en casa de eso no se hablaba. Mamá no decía nada. Cuando había una escena de sexo en una película repetía algo que decía mi abuelo, “están haciendo la porquería” y se reía. Si la mirabas bien hasta se ponía colorada. Cuando tuve mi primer novio me dijo que vaya a la ginecologa y que por favor me cuide. Eso, que me cuide.
Houellebecq dice que si no hay sexo no hay pareja. Que el sexo no puede arreglar todo pero si no hay todo se rompe. Así pasó con mi primer novio. Era su primera vez también. Nos fuimos hasta el Coto de Juan B Justo a comprar preservativos así nadie nos conocía. Con eso volvimos a su casa. Me metí debajo de las sábanas para sacarme el corpiño y la bombacha. Las sábanas eran celestes con un dibujito de peces. Lo toqué y pensé que no había forma de que eso entrara en mi cuerpo. El fue arriba. Y en ese momento lo supe. Me gustaban sus chistes, veíamos los Simpsons juntos, escuchábamos Nirvana pero no iba a funcionar. No me quería acostar con él, eso no me interesaba. Y a principios de diciembre terminamos. Fue para su cumple y eso me hizo sentir culpa.
Este año me costó empezar el taller. Di vueltas. Te das cuenta que pasa algo cuando uno se pone quisquilloso. Esta historia que estoy escribiendo significa un montón para mi y por alguna razón me siento tan blandita al hablar de ella. La veo como una semillita que se me dio el honor de cuidar y siento a cada paso que no lo estoy haciendo bien. Tal vez por eso me voy, para cuidarla y cuando esté más florecida, volver.
La verdad no se. Pero me gusta pensar que en el fondo todos somos mar, olas que nos movemos por el más leve movimiento del aire o de la tierra y que eso genera cosas en otros. Se que la influencia de todos mis compañeros, la fuerza, la tenacidad, la garra, el talento, todo eso de alguna manera cósmica también está en mí como espero yo haber aportado algún granito de arena después de haber escuchado tantas historias.
Una amiga una vez me dijo que a los tipos les encanta que le digan cosas lindas de su pito. Y otra amiga dice que hay que elogiar lo dura que está y lo que aguanta. Me acuerdo de todo eso y te lo digo. Me contestás. Me decís algo tan caliente que siento tus palabras chupar mi oreja y mi cuerpo se derrite. Se convierte en algo blando, una playa de arena húmeda y roja.
Las palabras son los primero que aprendemos, los que nos diferencia de los animales. Construimos leyendas, historias, mitos. Odiamos gente por las palabras, las amamos. Lo primero que perdió mi abuela cuando le diagnosticaron Alzheimer fue el hilo de las palabras. Primero se fueron las frases, después las palabras.
¿Y si el sexo es desaparecer un poco? ¿Es dejar de existir para ser?
Houellebecq es el último romántico tiro en la mesa donde estamos sentados los seis del club de lectura que organizo con una amiga. En serio, estoy convencida. Me acuerdo de algo que dijiste y lo cuento. Houellebecq me hace acordar a Woody Allen. Hay una anécdota que le preguntaron a Woody qué es la vida y él contó una historia de dos viejas en un asilo. Una le dice a la otra, “¿viste qué fea es la comida?” y la otra le responde: “y encima es poca”. Para Houellebecq como para Woody la vida es fea y poca. Pero hay unos momentos de felicidad que la interrumpen. Esos momentos pasan cuando estás enamorado. En Houellebecq no hay finales felices ni unicornios saltando, hay felicidad que se conoció y que ya no está más.
Si todos estamos hechos de historias, las que conté con ustedes y las que ustedes me contaron me ayudaron a llegar hasta acá, un lugar más feliz y con mucho mas colores. Gracias a todos, los quiero mucho.
¿Por qué no hablás cuando cogemos? preguntás jugando con mi pezón. No sé, a veces las palabras me quedan cortas.