–¿Querés? Tomá que te abre la garganta–.
El pelado al lado mio extiende los dedos largos sobre su garganta, abre bien los ojos y me pasa la lata de cerveza que siento deliciosamente fria en mi mano. Tomo. Me da para que convide a mis amigos. Le da una palmada en el hombro a mi novio. Al rato nos va a pasar unas secas, y otra chica nos va abanicar. Nosotros vamos a hacer otro tanto. La buena onda acá es lo que sobra.
Tendemos a resolver lo que no sabemos en primera instancia por lo que vivimos antes que más se asemeja a esa situación. Podría decirse que soy hija del rock, piba que se tomaba un bondi e iba a ver una banda. Los chupines, las converse y el pelo verde. Cemento y Vamos las bandas. La cerveza sentada en el cordón de la vereda. Hace poco que vengo a fiestas electrónicas, rave como se decía antes, fiestas para los que conocen.
Las fechas se publican en foros, acá la gente se conecta y se pasa información. Se compran online, a revendedores, a la amiga de una amiga que las consigue en preventas. También hay foros donde se cuenta sobre los mejores lugares y obvio, sobre las pastillas. Lo que tomás no sabés de donde viene entonces se arma una especie de wiki de testimonios en base a lo que la gente va a tomando. Cuando entrás ves comentarios super detallados, cómo era lo que tomaron, cuánto tomaron, si sos alto, grandote, si mezclaste y más que nada que pasó después. Las pastis se buscan, se compran, se esconden, se parten y se comparten.
Anoche fui «de careta», no podia tomar, habia que levantarse temprano. Igual la musica me hizo moverme desde que entré. «Es un dj argentino que arenguea muy bien» me dice mi amiga que para mi es mi referente, mi faro. «En Cattaneo va a estar y nos va a dejar bien arriba» dice levantando los brazos.
Llego y la gente baila en el lugar, se mueve, los anteojos de sol que cubren las miradas hacia ningún lugar. Hay un momento, siempre es igual, que la musica baja y el corazón se acelera porque sabés que se viene, que va a explotar y lo esperás. La ansiedad te hace transpirar, empiezan los chiflazos, las cabezas se agitan, las bocas gritan «¡dale!». La luz se prende un poco para que todos saquen los celulares, es el momento, va a explotar.
Y explota. La música que era una bola en el medio de tu panza se extendió, te atrapó como un alien, te estalló en la sangre. Salto. Tengo ganas de salir a hacer pogo, me contengo, nadie hace eso. Imito lo que veo a mi alredor y salto en mi lugar. ¡Bailen, Putxs!
Reglas del Pogo:
1. Poné los brazos cruzando el pecho (un codazo en la teta es mortal)
2. Seguí el salto del grupo (te apoyás en el de al lado)
3. Si empiezan las patadas te vas
¿Qué tiene en común esa tia que no ves muy seguido de pelo platinado, unos pibitos que no pueden hacer crecer la barba y las chicas cool del gimnasio? De seguro están acá.
El pase de DJ se hace con música. «Ahí está Nick, debe tener unos 50 largos» me dice mi amiga. «Lo veo desde el 96, no defrauda» me aclara mi novio. La gente aplaude. El señor bien afeitado, de pelo corto y remera negrísima salta y festeja. Se pone los auriculares, las luces laser juegan un cuadrillé en el aire, en la pantalla de fondo se ve en color rojo un aboriguen con la cara pintada y las piernas cruzadas meditando. Hay silencio, una voz en off española relata los versos de un poema que conozco de memoria. La gente chifla y la voz se ahoga en el tsunami de sonidos. Empezó la fiesta.
Al lado mio baila una señora con los ojos cerrados y el pelo platinado bien peinado para atrás. Tiene un vestido de breteles finitos pegado al cuerpo. Baila con el mentón en alto y moviendo las manos como abanicos. Parece una pitonisa que nada ve pero todo lo sabe. La pitonisa ejecutando un baile sagrado de sentidos abiertos. Alguien le habla y ella sonrie con ojos achinados, pasa el agua y sigue revoleando las manos. Me tocan la espalda y pasan dos chicas en short y corpiño triangulito, atrás las sigue un señor con sombrero de cowboy y glitter en los ojos. El humo de los cuerpos se mezcla con las luces verdes, rojas y ahora azules. Caemos en una meseta de sonido, «la plancha», los beats que acompasan el corazón. El compás de la espera que nos carcome hasta que el DJ/AmoySeñor de lo que sentimos ahí dice «Basta» y explota todo. Saltamos de nuevo. Una chica baila en el medio de dos chicos. Me paso la lata de cerveza por la nuca. El frio del calor como consuelo energizante.
–¡Fiestón!–, el pelado me grita y me pide agua. Se la paso y le contesto que sí con la cabeza. Bailamos todos mirando al DJ/Dios que desde el escenario-altar salta también. «Esto sigue hasta las ocho seguro» me cuenta mi amiga. Miro el celu, son las seis y mis piernas empiezan a cansarse. «Con las pastis esto no pasa». Decidimos que ya está, que está bien irse ahora antes que la masa de cabezas danzantes lo haga. Antes de salir me doy vuelta y veo a la Pitonisa tirando bendiciones electrónicas al aire. Podemos irnos en paz.