42 km

La rodilla derecha me dolía. Pero no era culpa de la rodilla en realidad era culpa del tobillo izquierdo. Y en realidad no era culpa del tobillo izquierdo sino más bien del zapato de taco negro de anoche y si me pongo a pensar del musical que fui a ver.

Pero dejá que te cuente la historia desde el comienzo. Era fin de año del 2010. Yo vivía en ese momento en Malasia. Estaba borracha como todo fin de año. Estaba en la casa de Gaby. Gaby es una de mis amigas, es chino canadiense y es lejos una de las personas más inteligentes y graciosas que conozco. Especialmente cuando yo estoy tomada.
Gaby dice algo como “corramos un maratón este año”. Esas boludeces que deberían contestarse con carcajadas, risas y brindis pero Leanne, mi otra amiga canadiense, rubia, alta, y lejos la persona más amable y buena que conozco, contesta “dale”. Esto te lo estoy traduciendo porque obvio que no hablan español. Las miro lo suficientemente borracha como para contestar, “obvio, corramos un maratón” y hago fondo blanco de mi vaso.

El 30 de mayo estábamos corriendo una maratón en Singapur. Pará, primero te cuento lo que pasó el 29. Salimos. Todas con novios al teatro a ver un musical que Gaby quería ver. “El Rey León”, la historia siempre me gustó pero ese día me pareció excelente. Skar, el malo es buenísimo. Me puse los zapatos más “sexys” que puede encontrar. Siete centímetros de taco negro, suela roja, cuero acharolado. Cabritilla dorada. Los miraba y me daba un orgasmo. El taxi no nos quería llevar, caminamos tres cuadras. Tres cuadras con esos zapatos “sexys”, incómodos, orgásmicos, molestos, horribles y que me lastimaron el pie.

30 de mayo 11 pm. Tengo una ampolla chiquita en el tobillo izquierdo. Inocente me pongo una curita y me guardo unas cuatro o cinco más para el resto de la carrera. Arrancamos emocionadas. Gaby sonríe, Leanne mira al cielo, yo pienso en mi casa. Ruido de sirenas y vamos. ¿Qué somos? ¡Tiburones! contesto pensando que me tomaría mucho explicar el chiste.

Antes de terminar los primeros diez kilómetros ya sabía que esto no venía bien. No tenía más curitas y la ampolla en mi tobillo izquierdo raspaba como lija con la media. Hay que seguir. Gaby me da una de esas bolsitas que repartían con el agua. Es para mantenerte con energía dice. La miro y era un gel color fucsia con olor a chicle bazooka. No, gracias. Gaby se come/ toma otro. Leanne para para ir al baño. Estamos retrasadas 30 minutos del tiempo que habíamos practicado.

Kilómetro 32. La rodilla derecha me duele porque piso mal porque el tobillo izquierdo me duele. Culpa de esos zapatos orgásmicos. Culpa de Gaby. Culpa del Rey León. Culpa de Skar. Pienso eso y me río. Las busco con la mirada, estaban cerca mío. Gaby tenía los ojos más grandes que una china podría tener. Había comido demasiado de esas cositas. Leanne miraba el cielo. Yo iba a proponerles lo que pensé era el mejor plan de todos. ¿Y si caminamos los últimos diez kilómetros que nos faltan? La gente no sabe pero no es necesario correr todo el tiempo en una carrera. Lo importante es moverse hacia delante. Como sea.

Voy a hablar con Leanne, es más grande que yo tiene que estar más cansada que yo. Leanne me mira y me dice, ¿sabés qué estoy haciendo? Para adentro pienso por qué mierda sonrie. Son las cuatro de la mañana estamos corriendo un maratón, estamos tardando años en terminar y encima un tipo usando un tutú nos pasa. Pienso cómo decir eso en inglés, me da fiaca. La miro y sonrio sin hablar.
¿Ves esos palos de luz? Yo corro 6 y camino 4.
Me tomo un segundo para repetir lo que dijo en mi cabeza, por si mi conocimiento de inglés disminuyó con el cansancio o el dolor. Ella mira los palos de luz, corre seis y camina cuatro. Es la idea mas pelotuda que escuché. Es una boludez. Leanne, ¿qué mierda estás pensando? Tengo tanta bronca que no me sale ni putearla en inglés. Lo que más extrañás cuando estás lejos no son los amigos, el mate o el dulce de leche. Se extraña una buena puteada. La concha de la lora, la puta madre que te remil parió. La miro en silencio.
– Fijate, puede funcionar, dice y sale corriendo contando palitos.

Mis ojos se fijan en su espalda. Sigo puteando. La puteo a ella, a Gaby, a los zapatos, a la obra de mierda, al idiota que se le ocurre correr en tutú, a las resoluciones de fin de año, a qué mierda hago acá. Miro el palo de luz. Palo de mierda. Lo miro y repito “uno”, arrastrando los pies como corriendo.

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