El bar.

bar
Tenía todo mi cuerpo lleno de pequeñas gotas de transpiración. Mi ropa de a puntos oscuros se iba mojando. Primero cerca de la axila, después en el medio del pecho y por último en la mitad de la espalda. El paquete me parecía cada vez más pesado. Con la mano que me quedaba libre trataba de tipear la calle en el GPS del celular, pero mis dedos húmedos no me ayudaban.

El calor parecía un familiar al que no veías hace mucho. Te abrazaba. Te tocaba la cara. Te daba una palmada en los hombros.

Una gota se resbaló de mi frente hasta entrar en el ojo izquierdo. Otras, más juguetonas se deslizaban directo en mi oído. Los dedos resbalando intentaban escribir «talcqhi». Mi boca estaba seca y pastosa. Levanté la vista y vi una puerta de vidrio negro. El cartel en letras de neon blancas decía «Bar». Di 5 pasos y entré.

El bar no tenía aire acondicionado pero al menos no hacía calor. Estaba todo muy oscuro y húmedo como si el clima ahí adentro fuera diferente del resto de la ciudad. Como si fuera un submarino o un búnker.

Me saqué los anteojos. El lugar era angosto, tenía un par de mesas. Al final me pareció ver una mesa de pool. No había nadie. Fui directo hacia la barra, mis pasos barrían el polvo del piso.

«Hola, ¡Qué calor! ¿No?», dije mirando al hombre detrás de la barra. Era un hombre alto, pelado, tenía la barba de unos días y se podía ver el pelo blanco. La remera que en algún momento fue blanca, le ajustaba el torso y los brazos. No tenía panza.

No me miró ni dijo nada. Siguió limpiando los vasos con un trapo tan sucio como la remera. Dudé un segundo de que me haya escuchado pero aclaré la garganta y agregué: «Una coca light por favor», con mi voz más masculina. Siguió sin mirarme, caminó unos pasos y pude ver el cinturón negro que sostenía un pantalón de vestir del mismo color. Abrió la heladera oculta entre tanta penumbra y me trajo la botella y un vaso. La destapó y me sirvió como si fuera un artista performando un gran espectáculo en cada uno de sus movimientos.
«Gracias», agregué intimidado por su cercanía.
Movió la cabeza para un lado y asumí que significaba un «De nada».
«Poca gente, ¿no? Muchos de vacaciones», dije como recitando sin pensar y mirando mi reflejo en el espejo detrás del estante de las bebidas.
Hizo un pequeño movimiento de cabeza sin levantar la vista de los vasos que limpiaba.
«Pensaba irme de vacaciones pero mi novia no sabe todavía. Bue, en realidad lo que no sabemos todavía es si estamos juntos. Hace 6 años que la conozco y ahora quiere irse a Tailandia y pasear por tres meses. La verdad que todo bien con los tailandeses pero, no tengo ganas. En un mes empiezo el conservatorio y no tengo ganas de perder el trimestre. Ahora se quiere ir con sus amigas. En fin, es complicado», dije abrazándome al vaso como si fuera de ginebra.
Lo miré y él con los ojos en su trapo hizo otro casi imperceptible movimiento de cabeza.
«Yo la quiero pero cada vez que nos vemos todo termina en gritos y peleas». Empiné el vaso como si fuera un shot y tomé un gran sorbo de coca. Las burbujitas del gas rebotaron en mi boca como pequeñas pelotas.
«Tenía ganas de irme un finde a la playa. Llevar la guitarra, quedarme ahí, mirar el mar».
El hombre dejó de limpiar los vasos, apoyó sus manos en la barra y puso su vista en la puerta del bar, como si allí hubiera olas.
«Como diría mi abuelo, más o menos así, es la cosa», sentencié moviendo las manos y tratando de impostar el tono italiano del nonno. A él pareció no impresionarle.
«¿Cuánto es?», le pregunté sacando la billetera del bolsillo. Sus manos fueron directo a la máquina registradora, imprimió un ticket y me lo alcanzó. Pagué y antes de salir le pregunté: «¿Talcahuano? Sigo por esta y doblo a la derecha, ¿no?»
Asintió con los ojos. Su boca no se movió. Sus manos seguían apoyadas en la barra.
«Gracias. Que tenga un buen año», dije poniéndome la mochila y agarrando el paquete.

Al abrir la puerta el calor me saludó con una cachetada, me puse los anteojos y sonreí. «Mas o menos así, es la cosa», repetí en mi cabeza.
La puerta del bar se cerró y no lo vi pero estoy seguro que me saludó con un imperceptible movimiento de cabeza.

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