A mi no me gustaba ser mujer. En la adolescencia llegué a odiarlo. El tema es que a los 15 lo único que hacés es pensar en vos mismo. Son esos momentos donde tomás más conciencia de tu cara, de tu peso, de tu cuerpo y a mi no me gustaba. Me sentía gorda, tosca, desencajada.
En el curso había dos grupos de chicas. Estaba el grupo de “las chicas”, esas que se pintan las uñas y les queda bien, la vincha no se les cae y juegan muy bien al voley. Al caminar la pollera les queda bien (ni muy corta ni muy larga) y las medias siempre tienen onda. Después estábamos “el resto”, esas que por alguna razón no encajabamos en la descripción. La pollera muy grande. Las uñas despintadas. Las pelotas de voley no pasan.
Con el tiempo me di cuenta que hay una cualidad que en las mujeres suele ser muy destacada, la gracia. Muchos tenemos en la cabeza que las mujeres son como flores. Y no es una mala comparación. La flor es la “vagina» de las plantas. La función es producir semillas asegurando la sobrevivencia de la especie. Además hay flores de diferente tamaño, colores, duraciones. Hay flores hasta en la montaña más fría y hay flores en los cactus. Hay flores venenosas y flores que comen insectos. Como las mujeres, hay flores para todos los gustos. Y creo que hay algo que las une a todas… la gracia.
Definir gracia es un poco más difícil. Si sacamos las definiciones asociadas a Dios, según el diccionario, gracia es entre otras cosas la habilidad y soltura en la ejecución de algo. Bueno…eso en mis quince me faltaba y mucho.
Yo era tetona. Usaba corpiños 95 en un mundo donde el 85 reinaba. 10 cm de tetas es mucho y en ese contexto es mucho más.
Especialmente cuando sos la única en un mar de miradas y hormonas estallando.
Mis amigas tenían una envidiable montañita, una curvatura suave tipo colina que daba gracia a la chomba blanca. Yo no. Yo tenía mucho, grande y ocupaba la mitad de mi torso. Siempre estaba al punto de la cargada, de las canciones, de los comentarios. Los 14 me la pasé llorando por la cantidad de teta que tenía. Probaba todo lo que se me ocurría para disimular. Usaba remeras xxl, y arriba camisas Pasaba horas mirándome en el espejo. Nunca nada escotado ni muy ajustado. Siempre de negro. Sentía que cuando caminaba no era una persona sino un móvil que llevaba tetas. Ellas era lo único que se veía, lo más importante. Me levantaba todos los días con una misión: “mostrar que había alguien detrás de ese par de tetas”. Me maquillaba, trataba de hacer chistes, de parecer inteligente pero no había caso. En mi sólo se notaban las tetas.
Mamá me veía mal y estaba preocupada. Le habían recomendado un lugar que era caro pero hacían ropa interior a medida, una especie de boutique para gente de plata que hacía algo como «corpiños ortopédicos». Era un lugar muy exclusivo donde fabricaban corseteria y corpiños talles especiales, mas que nada para mujeres grandes que tenían mucho busto y que podían tener problemas de espalda. Y para mi.
Al llegar te atendía una señora muy bien vestida que enseguida te ofrecia algo de tomar. Todo estaba lleno de alfombra y espejos. Fuimos un par de veces. Primero veías las opciones disponibles, después te tomaban las medidas, después elegías el mejor formato (no había muchos modelos) hasta que finalmente mi primer corpiño “Coco Chanel» estaba listo. Todavía me acuerdo cómo me sentí la primera vez que me probé uno. De golpe vi que mis tetas que sobresalían llenas de curvas se contenían, se aplastaban, se controlaban, se “domesticaban»…. y hasta podia ver mi panza!
Estaba Feliz.
De esa felicidad que te permite soportar el hecho de usar una faja ajustada al pecho todo el día. No me importaba estar incómoda, no me importaba que esos corpiños de tela gruesa me daban calor, no me importaban que lucían horribles. No me importaba que parecían un carton y que si alguien quería acariciarme tenía que traspasar esa barrera inacariciable. Todo eso no importaba porque ahora parecía que tenía menos tetas .
Y así como una cenicienta a la que todos los días le dan las 12 de la noche yo jugaba todos los días a sentirme del grupo de “las chicas». Las reglas eran fáciles, que nadie me toque y que nadie los viera. No era complicado para alguien sin novio y con millones de complejos. La recompensa era muy alta. Por un tiempo yo también podía sentir que tenía gracia.