Hace muchísimo que no escribo. Muy mal.
Casi que me olvidé de lo poco que se… no se si es como andar en bici pero definitivamente se siente como volver al gimnasio.
Estás con cara de que te la sabes todas pero en realidad no entendés para qué sirven ni la mitad de las máquinas.
Entrás con esa cara de «hola amigos» pero ni la recepcionista te mira.
Siempre tuve problemas con los lugares públicos, hay veces que la gente me da mucha verguenza y entrar a un gimnasio era algo que me genera una alta incomodidad.
Nunca pude evitar sentirme o gorda o desubicada o qué no pertenezco ahí mientras miro cuál máquina voy a subirme.
¿Viste cuando mirás sin mirar y esperando que nadie te note? Tratando de parecer «uno más» aunque en el fondo no me sienta asi.
Y apenas ves una máquina desocupada, subir casi corriendo y esperar entender cómo funciona.
¿Preguntar? Ni en pedo. A ver si piensan que soy una tonta, o una gorda, o una gorda tonta.
«Mejor poné play y dale para adelante. Total, transpirada ya estás», dice alguien en mi interior.
Y asi terminé media hora en una maquina que nunca entendí para que servía y veo que alguien se me acerca y me pregunto… «¿porqué a mi?».
«Hola. ¿Tenés una rutina? ¿Necesitas ayuda?»
Automaticamente pienso, «¿tanto se me nota que no vengo nunca? ¿Tan mal lo estoy haciendo?»
«No, creo que estoy bien, gracias.» Contesto con una sonrisa política y mirando para adelante.
«Bueno, cualquier cosa preguntame.»
«Dale» y sigo caminando.
«Me aburrí», pienso. «Debería hacer brazos. Uh, las pesas están todas cerca de esos gigantes que levantan 12 kilos y yo voy a ir a pedirles unas de medio. Dios, que calor.» Y ahi recuerdo porqué nunca me gustaron los gimnasios.